Huir de las (j)aulas

La escuela se volvió insostenible, cada vez más insoportable, pura miseria en el pensar, la maquinaria estatal brillando en todo su esplendor.

En la posibilidad del encuentro de los cuerpos, se despliega a menudo la chance de la interrupción que trae un poco de aire, de cierta apertura de la mano de preguntas, conflictos, la irrupción de la vida en la oscuridad del engranaje. Esto es lo que experimentamos en estas semanas, en las que algunxs docentes y estudiantes nos arrojamos al encuentro en plazas y espacios barriales.

Dentro de un orden social que multiplica por doquier las formas escolares, nos preguntamos qué es aprender y si es posible hacerlo en ese conjunto de dispositivos que llevan el nombre de escuela.

Aislamiento, distancia social, represión, adaptación, adoctrinamiento. El encierro toma hoy la forma de la jaula que no solo trabamos por dentro, es también la cárcel que decoramos y justificamos.

Urge pensar, preguntar, cuestionar lo cotidiano: no hay espacio para eso en la escuela. Aquello que se viene denominando «medidas» no es más que un orden disciplinador que somete también a través de la incertidumbre. No hay planificación posible, la vida puede cambiar de una semana a la otra: ayer tramitabas la aplicación vigilar para tomar un colectivo, hoy ni siquiera eso podés hacer y mañana, dependiendo de cómo te portes, podrás saludar a tus conocidxs a dos metros de distancia. Esto no solo se impone, esto es apoyado, festejado y hasta reclamado. Tenemos derecho a que el estado nos encierre y a que la policía resguarde nuestras jaulas, es el reclamo de una sociedad que es hablada por las máquinas. Defender la vida, anulándola.

Incluso las certezas acerca de la educación parecen derrumbarse. ¿Qué es aprender? ¿Dónde vamos a hacerlo?

Explicar, transmitir, enseñar, formar, conducir según un orden jerárquico. Se impone una distancia y es el explicador quien la despliega y reabsorbe a través de su palabra. La incapacidad de comprensión es la ficción que estructura la concepción explicadora del mundo. Selección, progresión, en cada etapa se vuelve a cavar el abismo que el explicador colmará antes de cavar otro: el saber del especialista es la ignorancia del atontadx. Todo sucede como si no pudiéramos aprender ya con la misma inteligencia que nos sirvió hasta ahora.

Las personas podemos ser razonables, los ciudadanos no: los discursos políticos solo hablan para hacernos callar. No hay razón natural para la dominación, por lo que las «medidas» no solo obligan, deben obligar completamente. Leemos en El maestro ignorante: «es porque somos iguales por naturaleza que debemos ser desiguales por las circunstancias». Lxs ciudadanxs son personas que alienaron su razón a la ficción desigualitaria: «un orden cualquiera, con tal que no pueda ser perturbado». A la desigualdad no le basta con ser respetada, quiere ser creída y querida: necesita ser explicada.

El círculo de la emancipación debe comenzarse.

La escuela es el lugar que el estado propicia para recibir las explicaciones que nos formarán como ciudadanxs defensores de derechos. Pero también era el espacio donde nos podíamos encontrar y poner en escena algo de lo común, eso que no puede sustraerse cuando los cuerpos se encuentran, eso que aflora cuando nos mezclamos y aparece la subjetividad, eso que incluso ante las más policíacas medidas no puede instituirse.

La explicación no es solo el arma atontadora de los pedagogos, es el vínculo mismo que sostiene el orden social. Necesitamos abandonar los mecanismos de la máquina social para hacer circular la energía de la emancipación. El triunfo de los explicadores es la sociedad pedagogizada, pero la igualdad no es un fin a alcanzar sino un punto de partida. La igualdad no se da ni se reivindica, se practica.

Cómo aprendemos, nos preguntamos. Miramos entonces los espacios en los que verificamos nuestra igualdad: aprendemos explorando, observando, imitando, indagando, probando, accionando, reflexionando, errando, interactuando, experimentando, recordando, inventando.

Es la verificación de la igualdad por naturaleza lo que constituye la emancipación y abre la posibilidad de todo tipo de aventuras en el espacio del conocimiento.

¿Dónde vamos a hacerlo?

Sabemos que las formas estatales del atontamiento y la explicación no se reproducen en edificios sino en lógicas que precisamos interrumpir, desarmar. Entendemos que la virtualidad solo multiplica este orden nefasto que se instituye en la ficción de la desigualdad.

Es hora de improvisar, ser creativxs, inventores. Es momento de construir verdaderas experiencias, leer libros viejos y escribir otros nuevos, poner en práctica el deseo de vivir de otra manera la formación y la relación con el conocimiento. El arte es un lenguaje que puede ser entendido y hablado por cualquiera que tenga la inteligencia de su propio lenguaje, el artista tiene la necesidad de la igualdad como el explicador la tiene de la desigualdad.

Despleguemos nuestras ideas, trabajemos para expresarlas, ahí donde el orden somete con sus causas impongamos casualidades, sorpresas, la potencia de la acción y la creación, la fuerza de lo imprevisible. Rompamos la espiral paranoica infinita, operemos sobre el mundo, la palabra, las personas y los hechos.

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